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               Roberto O. Cacheiro Frías - Abogado
               Director de la Diplomatura en Relaciones Internacionales

               Universidad Abierta Interamericana
 

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Acta de la Revolución Argentina - 1966


En la ciudad de Buenos Aires, Capital de la República Argentina, a los 28 días del mes de junio del año 1966, reunidos el comandante en jefe del Ejército, teniente general D. Pascual A. Pistarini, el comandante de Operaciones Navales, almirante D. Benigno I. Varela, y el comandante en jefede la Fuerza Aérea, brigadier mayor D. Teodoro Álvarez, proceden a realizar un último y exhaustivo análisis de la situación general del país, como así también de las múltiples causas que han provocado la dramática y peligrosa emergencia que vive la República. Ese examen pone de manifiesto que la pésima conducción de los negocios públicos por el actual gobierno, como culminación de muchos otros errores de los que le precedieron en las últimas décadas, de fallas estructurales y de la aplicación de sistemas y técnicas inadecuados a las realidades contemporáneas, han provocado la ruptura de la unidad espiritual del pueblo argentino, el desaliento y el escepticismo generalizados, la apatía y la pérdida del sentir nacional, el crónico deterioro de la vida económico-financiera, la quiebra del principio de autoridad y una ausencia de orden y disciplina que se traducen en hondas perturbaciones sociales y en un notorio desconocimiento del derecho y de la justicia. Todo ello ha creado condiciones propicias para una sutil y agresiva penetración marxista en todos los campos de la vida nacional, y suscitado un clima que es favorable a los desbordes extremistas y que pone a la Nación en peligro de caer ante el avance del peligro colectivista.
 

Esta trágica trágica realidad lleva ineludiblemente a la conclusión de que las fuerzas armadas, en cunplimiento de su misión de salvaguardar los mas altos intereses de la Nación, deben optar, de inmediato, las medidas conducentes a terminar con este estado de cosas y encauzar definitivamente al país hacia la obtención de sus grandes objetivos nacionales.
 

Por ello, se resuelve:

1) constituir la Junta Revolucionaria con los comandantes en jefe de las tres fuerzas armadas de la Nación, la que asume el poder político y militar de la República;
 

2) destituír de sus cargos al presidente y vicepresidente de la República, y a los gobernadores y vicegobernadores de todas las provincias;
 

3) disolver el Congreso Nacional y las legislaturas provinciales;
 

4) separar de sus cargos a los miembros de la Corte Suprema de Justicia y al procurador general de la Nación;
 

5) disolver todos los partidos políticos del país;
 

6) hacer conocer, al pueblo de la República, las principales causas que han motivado el acto revolucionario, cuyo texto se agrega como anexo 1 a esta acta;
 

7) fijar los objetivos políticos de la Nación que se agregan como anexo 3 a esta acta;
 

8) designar a los miembros de la Corte Suprema de Justicia y al procurador general de la Nación;
 

9) hacer prestar juramento en manos de esta Junta Revolucionaria a los miembros de la Corte Suprema de Justicia, quienes jurarán desempeñar sus obligaciones, administrando justicia bien y legalmente, y en conformidad a lo que prescriben los fines revolucionarios, el Estatuto revolucionario y la Constitución argentina;
 

10) ofrecer el cargo de presidente de la República al señor teniente general (R.E.) D. Juan Carlos Onganía, quien, aceptado el mismo, y al tomar posesión de su cargo, prestará juramento en manos de esta Junta Revolucionaria, en los términos siguientes:
 

"Yo juro por Dios Nuestro Señor y estos Santos Evangelios, desempeñar con lealtad y patriotismo el cargo de presidente de la Nación, y observar fielmente los fines revolucionarios, el Estatuto de la Revolución y de la Constitución de la Nación Argentina. Si así no lo hiciere, Dios y la Nación me lo demanden";
 

11) promulgar los decretos necesarios para ejecutar lo dispuesto en esta acta;
 

12) notificar lo actuado a las representaciones diplomáticas acreditadas en nuestro país, a los efectos de las normales relaciones con sus respectivos países;
 

13) considerar disuelta esta Junta Revolucionaria en el momento que el nuevo presidente de la República jure su cargo.

Sanc. 28 de junio de 1966; "B.O", 8 de julio de 1966

 

 

                                                            Anexo 1: Mensaje de la Junta Revolucionaria al pueblo argentino


Nos dirigimos al pueblo de la República en nombre del Ejército, la Armada Nacional y la Fuerza Aérea, con el objeto de informar sobre las causas de la Revolución Argentina.
El gobierno que acaba de ser sustituído contó con el anhelo de éxito mas fervoroso y con un créito de confianza ilimitado por parte de todos los sectores de la vida nacional.
Un pueblo se elevaba generosamente por encima de las diferencias de partidos, abrumado por la angustia, los desaciertos y frustraciones del pasado, alentando la gran esperanza que se iniciara de una vez para siempre la marcha hacia la conquista de un destino de grandeza. Sin embargo, la falta de una política auténtica que incorporara al quehacer nacional a todos los sectores representativos, se tradujo en un electoralismo que estableció la opción como sistema.
Este recurso vulneró la libertad de elección, instituyendo en los hechos, una práctica que estaba en abierta contradicción con la misma libertad que se proclamaba.
La autoridad, cuyo fin último es la protección de la libertad, no puede sostenerse sobre una política que acomoda a su arbitrio el albedrío de los ciudadanos.
Sin autoridad auténtica, elemento esencial de una convivencia armónica y fecunda, sólo puede existir un remedo de sociedad civilizada, cuya excelencia no puede ser proclamada sin agravio de la inteligencia, la seriedad y el buen sentido.
Nuestro país se transformó en un escenario de anarquía caracterizado por la colisión de sectores con intereses antagónicos, situación agravada por la inexistencia de un orden social elemental.
En este ámbito descompuesto, viciado además de electoralismo, la sana economía no puede subsistir como un proceso racional, y los servicios públicos, convertidos en verdaderos objetivos electorales, gravaron al país con una carga insoportable.
La inflación monetaria que soportaba la Nación fue agravada por un estatismo insaciable e incorporada como sistema y, con ello, el mas terrible flagelo que puede castigar a una sociedad, especialmente en los sectores de menores ingresos, haciendo del salario una estafa y del ahorro una ilusión.
Este cuadro penoso sólo podía revertir al exterior una imagen lamentable, sin vigor ni personalidad.
Nuestra dignidad internacional ha sido gravemente comprometida por la vacilación y la indiferencia en conocidos episodios.
Las fuerzas armadas observaron con creciente preocupación este permanente y firme deterioro. No obstante, no sólo no entorpecieron la acción del gobierno, sino por el contrario, buscaron todas las formas posibles de colaboración, por la sugerencia, la opinión seria y desinteresada, el asesoramiento profesional, todo ello como intento sincero de mantener la vigencia de las instituciones y evitar nuevos males a nuestro sufrido pueblo argentino.
Debe verse en este acto revolucionario, el único y auténtico fin de salvar a la República y encauzarla definitivamente por el camino de su grandeza.
A las generaciones de hoy, nos ha correspondido la angustia de sobrellevar la amarga experiencia brevemente señalada.
Inútil resultaría su análisis su análisis si no reconociéramos las causas profundas que han precipitado al país al borde de su desintegración.
La división de los argentinos y la existencia de rígidas estructuras políticas y económicas anacrónicas que aniquilan y obstruyen el esfuerzo de la comunidad.
Hoy, como en todas las etapas de nuestra historia, las fuerzas armadas, interpretando el mas alto interés común, asumen la responsabilidad irrenunciable de asegurar la unión nacional y posibilitar el bienestar general, incorporando al país los modernos elementos de la cultura, la ciencia y la técnica que al operar una transformación sustancial lo sitúen donde le corresponde por la inteligencia y el valor humano de sus habitantes y las riquezas que la Providencia depositó en su territorio.
Tal, en apretada síntesis, el objetivo fundamental de la Revolución.
La transformación nacional es un imperativo histórico que no puede demorarse si queremos conservar nuestra fisonomía de sociedad civilizada y libre y los valores esenciales de nuestro estilo de vida.
La modernización del país es impostergable y constituye un desafío a la imaginación, la energía y el orgullo de los argentinos.
La transformación y modernización son los términos concretos de una fórmula de bienestar que reconoce como presupuesto básico y primero, la unidad de los argentinos.
Para ello era indispensable eliminar la falacia de una legalidad formal y estéril, bajo cuyo amparo se ejecutó una política de división y enfrentamiento que hizo ilusoria la posibilidad del esfuerzo conjunto y renunció a la autoridad de tal suerte que las fuerzas armadas de la patria, ha resuelto:
1) destituír de sus cargos al presidente y vicepresidente de la República, y a los gobernadores y vicegobernadores de todas las provincias;
2) disolver el Congreso Nacional y las legislaturas provinciales;
3) separar de sus cargos a los miembros de la Corte Suprema de Justicia y al procurador general de la Nación;
4) designar de inmediato a los nuevos miembros de la Corte Suprema de Justicia y al procurador general de la Nación;
5) disolver todos los partidos políticos del país;
6) poner en vigencia el Estatuto de la Revolución;
7) fijar los objetivos políticos de la Nación (fines revolucionarios).
Asimismo, en nombre de las fuerzas armadas de la Nación, anunciamos que ejercerá el cargo de presidente de la República Argentina el señor teniente general D. Juan Carlos Onganía, quien prestará el juramento de práctica en cuanto se adopten los recaudos necesarios para organizar tan trascendental ceremonia.
Nadie mas que la Nación entera es la destinataria de este hecho histórico que ampara a todos los ciudadanos por igual, sin otras exclusiones que cualquier clase de extremismos, siempre repugnantes a nuestra acendrada vocación de libertad.
Hace ya mucho tiempo que los habitantes de esta tierra bendita no nos reconocemos por nuestro propio nombre: argentinos.
Unámonos alrededor de los grandes principios de nuestra tradición occidental y cristiana, que no hace muchos años hizo de nustra patria el orgullo de América, e invocando la protección de Dios, iniciemos todos juntos la marcha hacia el encuentro del gran destino argentino.
Que así sea

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Roberto O. Cacheiro Frías. Abogado UBA - Director de la Diplomatura en Relaciones Internacionales y de Administración de Consorcios - Presidente del Centro Ibero-Americano de Estudios Internacionales e Interdisciplinarios - Miembro de la Asociación Argentina de Derecho Internacional - Miembro del Tribunal de Disciplina del Partido Demócrata Cristiano.